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Irma, el huracán

Una maestra de la enseñanza primaria en Ciego de Ávila abre las puertas de su aula a Invasor y en la “calma” de la escuela nos cuenta su historia Digamos que los días en el calendario de Irma van en cuenta regresiva como si quisieran retornar al día cero, cuando empezó a hacerse mujer, con […]

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Una maestra de la enseñanza primaria en Ciego de Ávila abre las puertas de su aula a Invasor y en la “calma” de la escuela nos cuenta su historia

Digamos que los días en el calendario de Irma van en cuenta regresiva como si quisieran retornar al día cero, cuando empezó a hacerse mujer, con los 14 recién cumplidos. Ahora, supongamos las razones: tiene 60 años, la jubilación le “respira” en la nuca, quiere descansar del trabajo, pero no tiene el valor y, claro, necesita el dinero. La decisión está tomada y, aunque le cueste imaginarse el próximo curso lejos de todos, así tiene que ser.

Lamentaciones hay muchas, pero cuando tomó la decisión sabía que no podían existir términos medios entre un “me quedo” y un “me voy”, por eso escogió la segunda.

Irma Sánchez González tiene nombre de huracán mucho antes de aquel que pasó por Ciego de Ávila hace casi dos años. Cualquiera podría preguntarse si alguien en el Centro Nacional de Huracanes de Estados Unidos supo de ella y, acto seguido, bautizó al fenómeno meteorológico, como para recordarnos la fuerza arrasadora de esta mujer.

El “ojo” de Irma comenzó a gestarse en los suelos cálidos del poblado Sanguily, en el municipio de Venezuela, luego, tomó fuerza en los sembrados de arroz, tomate, papa y algodón, y, como huracán de categoría cinco que es, arrastró los alimentos desde el surco hasta los sacos de su padre.

Contrario a todo pronóstico meteorológico, en vez de debilitarse al tocar tierra tomó la fuerza necesaria para estudiar y graduarse como maestra de adultos, el sueño de su madre semianalfabeta y el de ella, también.

“En mi familia no había maestros, entonces; soy la única de muchos que pudo estudiar y terminar su carrera, para después ejercerla en la Federación de Mujeres Cubanas, hasta especializarme en la enseñanza primaria y comenzar el trabajo con los niños a los 17 años”, dice ella.

Mientras habla, desprende ráfagas de vientos huracanados y parece contagiar a sus alumnos, cicloncitos en potencia intentando aprender de una experta que prefiere trabajar sobre la mar en calma, digo, aula en calma, en la escuela Águedo Morales Reina de la capital provincial.

De lejos la mira un hombre que pudiera confundirse con el más aguzado de los meteorólogos, porque intenta descifrar la parábola de su recorrido o, tal vez, si habrá alguna recurva que retrase un poco el final. Su padre, sentado en un banco y fuera de la clase, la vigila y le da vueltas cuando cree no verla, pues un tornado de 94 años y bastón en mano cree imposible desprenderse de la hija, al menos eso es lo que dice ella.


“Todos los días nos levantamos bien temprano. A eso de las cinco y media, nos preparamos los dos para venir junticos. Él no me da guerra, porque hasta los fines de semana quiere venir y le tengo que decir ´pero papi si hoy no hay niños´. Se queda tranquilo afuera del aula y ellos lo respetan y lo cuidan, a veces me dicen ´maestra, no está ahí´ o ´fue al baño a hacer pipi´, así que soy yo junto a 22 niños y niñas vigilándolo, más todos los otros que piensan, hasta el día de hoy, que es el viejito que cuida las jabitas de la merienda”.

—Pero, ¿viene con usted porque no tiene con quién dejarlo?

—Es que no me quiero desprender de él. Antes, cuando no venía conmigo, yo me desesperaba por llegar a la casa para saber si estaba bien, y todos los mediodías me iba a mi casa para poder darle el almuerzo, con un grupo que ahora está en sexto grado. En estos momentos estoy más tranquila, porque lo veo aquí conmigo.

Vuelve el “ojo” de Irma a pasar por segundo B cuando hablamos de su historia, en un momento de calma. Me cuenta que, antes de llegar a la Águedo, trabajó mucho tiempo en la escuela Manuel Sanguily de Venezuela, donde fue maestra, jefa de ciclo y directora, y descubrió su pasión por el dibujo a tal punto que la desestresa.

De las asignaturas que imparte, esquiva un poco la Historia de Cuba, “no me es difícil, pero prefiero que me la enseñen a impartirla, aunque si lo haces con amor sale perfecto, porque esto hay que amarlo”.

Para contrastar las fuentes exigidas a diario por el periodismo, y comprobar si lo que dice la profe es cierto, busco a los más confiables: sus alumnos.

—¿Ustedes quieren a la profe Irma?

—Síiiiiiiiiii —responden todos a coro.

—Ella me dijo que los enseñaba a quererse, ¿cómo es eso?

—Nosotros nos tenemos que querer primero para querer a los demás —dice un niño.

—Sí y también no decirnos nombretes ni fajarnos —dice una pequeña que, acto seguido, me da las quejas porque otro le dijo cosas feas esa mañana.

Y la maestra les abre los ojos para evitar barbaridades, no obstante ellos y ellas son muy sinceros, piden permiso para interrumpir cuando la profe habla a la periodista y hasta las besan y le preguntan a la segunda cuándo vuelve.

Tal vez esa sea la interrogante del primer día del próximo curso cuando la maestra no esté, ¿cuándo vuelve? Irma se jubila al terminar el mes de junio y las probabilidades indican que puede retornar en septiembre próximo. Eso solo lo sabe ella, aunque la temporada ciclónica no acaba hasta el 30 de noviembre.

(Tomado del periódico Invasor)

Por Lisandra Morales Cruz   Fotos: Alejandro García

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