Si a Yordanis Marín Mejías alguien le hubiera dicho seis
años atrás que sería maestro, probablemente le hubiese soltado una sonrisa
burlona en plena cara. En ese entonces, no imaginaba que la que creía su
formación vocacional bien definida terminaría traicionándolo para dejarle como
única opción la Escuela Pedagógica Raúl Corrales Fornos, de Ciego de Ávila,
mientras el curso escolar ya descontaba calendario.

Hasta él se sorprendió cuando, luego de su primera visita,
llegó a la casa diciendo que no sabía si quería ser pedagogo, pero si de algo
estaba seguro era de querer estudiar en una escuela como esa. Ese día lo habían
conquistado el orden de un lugar en el que, a pesar de sus pasillos
tumultuosos, no había cabida para el bullicio, y la confianza inspirada por los
profesores que, en pocos meses, hicieron el resto.

“Desde el principio me dieron una atención diferenciada
porque empecé atrasado y eso me fue cautivando aún más. Lo otro fue esa visión
de que la escuela no era solo un centro para estudiar, aunque el estudio es lo
más importante, sino también para recrearse, conocer nuevas amistades, e
incluso, para enamorarse.”

Sin ni siquiera proponérselo terminó siendo el mejor
estudiante de su graduación. Llegaba así la hora de decir adiós a aquel sitio
al que casi llegó por casualidad y del que se despedía un maestro primario con
“un deseo incalculable de siempre volver”.

Solo un curso escolar bastó para regresar a los pasillos y
las aulas que hoy conoce de memoria. Alguna que otra vez ha contado su historia
a sus alumnos, los mismos a los que busca contagiar con ese orgullo incapaz de
disimular cuando, a sus 21 años, alguien le dice “profe”.

Como Yordanis, otros tres jóvenes en formación, también
egresados de este plantel, integran el claustro de la Raúl Corrales Fornos; una
escuela que en la actualidad bien podría presumir de haber tenido este
septiembre el mayor ingreso de estudiantes (241) en toda su historia, sin
embargo, prefieren no cantar victoria hasta verlos graduados y frente a un
aula, para ver si algún día, por fin, la cobertura docente en Ciego de Ávila
muestra una mejor cara.

De ahí que Madeley Sánchez Llanes, su directora, suena
inconforme cuando expone que “se ha logrado crecer en los indicadores, sobre
todo en el ingreso, pero todavía no podemos sentirnos satisfechos”.

Llegar para quedarse

Dos cursos atrás, más de la mitad de los educandos que
llegaban a la Escuela Pedagógica de la capital provincial terminaban
marchándose antes de graduarse. Muchos apenas culminaban el primer año. Hoy, si
bien la retención en el ciclo sigue preocupando, al menos al cierre del pasado
período lectivo mostró síntomas de mejoría al superar los 50 puntos
porcentuales.

Si antes habían estado lejos de ese resultado era porque,
como explica Madeley, “se deterioraba mucho la retención en el primer año y
después no había cómo trabajar en los siguientes”.

Por eso allí han comprendido que más que en los alumnos
continuantes, el reto está en quienes entran para asegurar su permanencia. La
fórmula que parece estar empezando a rendir sus frutos está en “darle mayor
seguimiento a los de nuevo ingreso para que se adapten y quieran estar en el
centro”.

No obstante, primero se necesita que opten por el magisterio
y con ese objetivo ha llegado hasta las secundarias básicas de los municipios
el Grupo de trabajo de formación y orientación profesional pedagógica, que
nació el curso pasado. A través de él la Raúl Corrales se ha dado a conocer en
voz de escolares y profesores, muchos de los cuales integran el Proyecto Más,
encargado de llevar el arte hecho por los futuros docentes a estos lugares.

“Muchos de los que están iniciando se interesaron a través
de esa vía”. Otros llegaron mediante las Puertas Abiertas, como es el caso de
Serguey Febles Navarro, quien desde su octavo grado tenía claro que quería ser
maestro de Matemática y este año inició la especialidad. Aunque ello implicó
irse lejos de casa, confiesa que el proceso de adaptación transcurrió sin
dificultades, pues el ambiente y las condiciones del plantel así lo
permitieron.

Y fue una dicha que lo hiciera si se tiene en cuenta que de
las siete especialidades que se cursan en la escuela pedagógica de la ciudad
cabecera, Matemática es la de más bajas incorporaciones. No así Física, que
tiene mucha aceptación, lo cual, como detalla la directora, “tiene sus pros y
sus contras, dado que se sobrecumplen los planes de ingreso, pero también está
la calidad de algunos estudiantes, que cuando se enfrentan a las clases causan
baja por promoción”.

Reconoce Sánchez Llanes que ese es otro de los pendientes a
superar si se quiere elevar la retención. Se lo confirman las cifras de los que
desertan al concluir el curso porque desaprueban y después no quieren repetir.

En eso mucho ayudaría que el magisterio dejara de ser la
última de las opciones para quienes no tienen otra alternativa al continuar
estudios. Es cierto que a la institución también le corresponde comprometerlos
con la profesión, pero todo sería más fácil si no hubiera que suplir carencias
de enseñanzas anteriores. Y aunque a la Raúl Corrales todavía llegan los
desinteresados por la docencia, su directora prefiere sentirse optimista ante
el ligero incremento de quienes, desde el primer momento, tienen claro el
querer ser maestros.

Escuela-Familia:
Binomio perfecto

A Maricela Blanco Medina pocos cuentos pueden hacerle de la
escuela pedagógica. Una década como profesora allí pesa lo suficiente como para
no alejarse de ella y sus muchachos, por más que las enfermedades se empeñen.

Tal vez resulta ese uno de los motivos por el que algunos de
sus compañeros le preguntan cómo hace para echarse a los padres de sus alumnos
en un bolsillo. A lo que siempre responde igual: “he sabido dialogar con ellos
y cuando se ha presentado un problema en el aula me han ayudado. Hasta ahora he
tenido el respaldo de los padres en todo momento”.

Por ello pocos se asombraron el pasado 4 de abril mientras
en el aula de Maricela un grupo de madres actuaba y recitaba para sus hijos.
Este tiempo frente al aula le ha demostrado que “la razón de ser de un maestro son
sus alumnos” y así se lo ha trasmitido a sus estudiantes.

Al menos ese es el mensaje que se infiere al escuchar a
Lídice Zurita Echeverría, quien cursa el tercer año de Maestro primario y no le
han faltado los que cuestionen su decisión de estudiar magisterio ni el apoyo
de sus padres.

Poco tiempo le resta para llegar a las aulas, aunque antes
lo ha hecho durante sus prácticas laborales, y desde ya habla del ejemplo que
debe ser un educador en el aula para conquistar el respeto de sus discípulos.

No la deja mentir Yordanis al considerar que el respeto en
un aula no se impone, sino que se gana desde el ejemplo personal que dé el
maestro, la forma en que se dirige a sus estudiantes y la preparación que tenga
para dirigir el proceso de enseñanza-aprendizaje. Al menos esa ha sido la
fórmula que le ha funcionado a él en sus escasos años como educador.

Por primera vez en sus cuatro años al frente de la escuela,
si de algo no tiene que preocuparse Madeley este curso es de su claustro. La
incorporación de 12 docentes este período lectivo le permite descontar
preocupaciones a su responsabilidad. A ello, Yordanis suma la unidad de un
colectivo donde, a pesar de las diferencias de edades, juventud y experiencia
han sabido conjugarse muy bien.

Entonces comprendes la cara de satisfacción de sus
profesores cuando Yoel Yunior Coello Pérez, alumno de tercer año de Maestro
Primario, relata con todo el entusiasmo del mundo las anécdotas de aquellas
prácticas en las que su tutora se ausentó por enfermedad y él asumió la docencia,
mientras conquistaba a los pequeños y a sus padres allá en su natal Júcaro.

Porque sin que apenas lo noten, a fuerza de entrega y paciencia, tiene lugar la transformación, hasta que un día, como cuenta Madeley, “el maestro en el que se han convertido te sorprende”.

Tomado de Periódico Invasor. Por Grether Martínez Segura Fotos: Alejandro García