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Con todos y para el bien de todos: una fórmula del amor triunfante

Somos hijos de un pueblo abonado con la lucidez de hombres como José Martí, quien nos enseñó que, ante la Patria y su futuro, todos los deberes y egoísmos cesan

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Desde temprana edad, José Martí se identificó con la causa independentista y con la gesta emancipadora iniciada el 10 de octubre de 1868, razón por la cual sufrió prisión y destierro. Así lo evidencian sus primeros escritos políticos, tanto los que escribió en Cuba, como el soneto Diez de Octubre, o sus trabajos en el único número de El Diablo Cojuelo y Abdala.

También, durante su primera deportación en España, no dejó un solo día de luchar por su Patria y denunciar los abusos del colonialismo; por eso escribe su alegato-denuncia El Presidio Político en Cuba, el poema A mis hermanos muertos el 27 de Noviembre, y el ensayo La República Española ante la Revolución Cubana.

En aquel contexto, su análisis acerca de las causas de las derrotas sufridas por las fuerzas independentistas durante la Guerra de los Diez Años, que a la larga condujeron al claudicante Pacto del Zanjón, resultaron vitales para comprender la necesidad de la unidad de las fuerzas revolucionarias en la lucha por alcanzar la independencia de Cuba.

Tales valoraciones le permitieron a Martí vislumbrar que las formas de organización adoptadas por los cubanos en las luchas anteriores no garantizaron que prevaleciera una estrecha y sólida unidad político militar; por el contrario, se prestaban para el surgimiento frecuente de conflictos, incomprensiones e indisciplinas; e incluso, para que algunos jefes militares devinieran caudillos.

Su genialidad política y la visión sobre el futuro le posibilitaron evaluar acertadamente la situación en la Isla y en la emigración, además de identificar vías y formas a través de las que se podía alcanzar la victoria y construir los cimientos de la república nueva.

Para ello, se valió de la experiencia acumulada por los viejos guerreros, en especial Máximo Gómez y Antonio Maceo, de quienes aprendió que, sin la unidad, todos los sacrificios serían estériles. En una carta dirigida por el Titán de Bronce a Martí, en 1888, este le expresa que la unión de los cubanos era el ideal de su espíritu y el objetivo de sus esfuerzos por la independencia de la patria.

El 24 de enero de 1880, el joven Martí ofreció a los emigrados cubanos su intervención conocida como Lectura en Steck Hall, en la que reconoce que: «Grandes males hubo que lamentar en la pasada guerra. Apasionadas lecturas, e inevitables experiencias, trastornaron la mente, extraviaron la mano de los héroes».

Dos años después, en el discurso en conmemoración del 10 de octubre, pronunciado en Hardman Hall, Nueva York, expresaba: «Porque nuestra espada no nos la quitó nadie de la mano, sino que la dejamos caer nosotros mismos, y no estamos aquí para decirnos ternezas mutuas, ni para coronar con flores de papel las estatuas heroicas, ni para entretener la conciencia con festividades funerales, ni para ofrecer, sobre el pedestal de los discursos, lo que no podemos ni intentamos cumplir; sino para ir poniendo en la mano tal firmeza que no volvamos a dejar caer la espada».

A esa república se refería el 26 de noviembre de 1891, en el discurso pronunciado en el Liceo Cubano de Tampa: «(…) O la república tiene por base el carácter entero de cada uno de sus hijos, el hábito de trabajar con sus manos y pensar por sí propio, el ejercicio íntegro de sí y el respeto, como de honor de familia, al ejercicio íntegro de los demás; la pasión, en fin, por el decoro del hombre, o la república no vale una lágrima de nuestras mujeres ni una sola gota de sangre de nuestros bravos. Para verdades trabajamos, y no para sueños (…)».

Puede comprenderse entonces la importancia de la labor desplegada como parte de su intensa actividad política revolucionaria en los años de la llamada Tregua Fecunda. De ese trabajo son reflejo los discursos pronunciados ante los emigrados cubanos, las cartas dirigidas a veteranos de la Guerra Grande y a otros patriotas, el intercambio directo con estos, los textos que escribió sobre hechos y figuras de aquella guerra, todo ello en función de la acción movilizadora de conciencias que impulsó sin descanso.

En esa lucha contra toda fuente de divisiones, nuestro Héroe Nacional puso su empeño e inteligencia, para espantar del actuar de los principales jefes militares y de la propia dirección de la guerra, los prejuicios o malas intenciones de algunos que se alzaban con determinados obstáculos en la conducción de la lucha. Así, por ejemplo, hizo mucho hincapié en el papel de los negros no solo como soldados, sino también como jefes militares. Por eso aseveraba que, cubano es un concepto superior a la condición única de blanco, mulato o negro, de la misma que hombre es más que cubano, más que blanco, más que negro.

En consecuencia con esas ideas, llevó a cabo la monumental tarea de cohesionar a los elementos vivos y útiles de la guerra pasada, con los pinos nuevos; de fusionar a los revolucionarios de la Isla con los de la emigración, y atraer a los dudosos, a los esperanzados, desilusionados, e incluso a los confundidos que servían a España.

No por casualidad, al referirse a esta quinta columna, el Maestro escribiría en las páginas del periódico Patria, el 28 de mayo de 1892, que «sangraba la memoria de recordar la clase de hombres a quienes pudo el Gobierno de España emplear para mantener los reparos, cuando no el odio, entre los elementos de la Revolución, espías, provocadores y traidores dedicados a llevar y traer entre los hombres buenos, frases falsas, ahondando así entre los patriotas las divisiones que dejó la guerra pasada».

Se comprende así por qué Martí afirmó que aquella no era solo la Revolución de la cólera, sino también la Revolución de la reflexión; pues solo la reflexión era capaz de identificar y neutralizar obstáculos superfluos, hacía emerger la comprensión de lo necesario e impostergable que resultaba la unidad.

En el propósito de José Martí de organizar la nueva contienda liberadora, desempeñaría un rol decisivo el Partido Revolucionario Cubano, con sus bases programáticas, sus estatutos secretos y una definida posición anticolonialista, independentista y antimperialista, cuya labor se concentraría, necesariamente, en unir a todos los elementos dispersos en la Isla, reorganizar los de afuera y abrirle paso a la guerra de mañana.

En su concepción, el Partido no podía ser bando ni secta, ni parapeto para divisiones entre criollos. Era la fórmula para garantizar la unidad y el éxito, la fórmula para la unión sentida e invencible de todos los elementos revolucionarios del pueblo cubano.

De igual manera, el periódico Patria, surgido el 14 de marzo de 1892, tuvo entre sus fines velar por esa unión. Así se anuncia: «Nace este periódico, a la hora del peligro, para velar por la libertad, para contribuir a que sus fuerzas sean invencibles por la unión y para evitar que el enemigo nos vuelva a vencer por nuestro desorden».

La guerra que se haría para el decoro y el bien, no de una parte, sino de todos los cubanos en la patria unida, no dividida sino cordial. Con esa misma lógica sociopolítica e ideológica, subrayaba Martí en Tampa, el 26 de noviembre de 1891, que se crearía una república levantada con todos y para el bien de todos.

Fue esa condición martiana de la unidad revolucionaria la que lo llevó a oponerse a todo desorden en la preparación y realización de la nueva gesta, en la que no debía existir el abuso o maltrato a la población, algo que le restaría fuerzas a la revolución.

El concepto de independencia en Martí pasaba también por el logro de la unidad latinoamericana, ante el peligro creciente del imperio del norte. Como valladar ante esa contingencia mayor, él propone el conocimiento mutuo y la unión continental de las naciones y pueblos, desde el río Bravo hasta el Estrecho de Magallanes: «Los pueblos que no se conocen han de darse prisa para conocerse, como quienes van a pelear juntos… ¡los árboles se han de poner en fila para que no pase el gigante de las siete leguas! Es la hora del recuento y de la marcha unida, y hemos de andar en cuadro apretado, como la plata en las raíces de los Andes».

Las enseñanzas martianas rebasan los siglos y adquieren una extraordinaria actualidad, más ahora, que la «codicia posible de un vecino fuerte», solo puede ser enfrentada con la unidad de los pueblos bajo la bandera de la integración y del antimperialismo, la misma fórmula que permitirá salvar y perfeccionar nuestro proyecto soberano y de justicia social.

Está claro que hoy los retos son inmensos y muchos los factores de desunión; sin embargo, no debe olvidarse que somos hijos de un pueblo y una tradición abonados con la lucidez suficiente de hombres como José Martí, quien nos enseñó que, ante la Patria y su futuro, todos los deberes y egoísmos cesan, y no queda otro remedio que defenderla, basados en la máxima martiana: «pongamos alrededor de la estrella, en la bandera nueva, esta fórmula del amor triunfante: Con todos y para el bien de todos».

(Tomado de Granma)

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