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A Magalys… ¡en Jagüeyal!

La vida me ha premiado. Y no tengo que salir de este centro mixto Ignacio Agramonte, para demostrarlo.

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Quizás quien resida en la cabecera provincial de Ciego de Ávila, en Morón o en el tranquilo poblado de Bolivia, allá al norte del territorio, ignore qué encantos puede tener el asentamiento rural de Jagüeyal, entre plantaciones cañeras del sureño municipio de Venezuela.

Nacida aquí, hace 72 calendarios, Magalys Méndez Jorge vive cada día más convencida de que en este lugar le dirá adiós a su fecunda existencia, tal vez tiza en mano aún, frente al pizarrón.

“Hace más de medio siglo que no hago otra cosa”, afirma orgullosa, con la más auténtica naturalidad. Y prosigue: “Cuando me jubilé, una década atrás, sentía que algo me faltaba por dentro del alma; no cabía en mi casa. Entonces vino a salvarme el llamado de Raúl. Ante el déficit de profesores, volví al aula y aquí estoy, con mi ciclo, el más lindo que tiene la educación en Cuba: el primero.

“Hay quienes le tienen miedo. Yo no. Trabajar con estos niños es el mayor privilegio que puede tener un maestro. Los recibes casi en cero y vas viendo, poco a poco, el cambio. Porque no es solo enseñar a leer y a escribir; es educarlos, tocar sus sentimientos, motivarlos, desarrollar en ellos habilidades. Es la oportunidad de darte a respetar y a querer por parte de ellos y de llegar a quererlos como si fueran tuyos.

“Pobre del maestro que no aproveche ese tiempo para despertar en esas niñas y niños, además, el bichito de la declamación, la lectura, el teatro, la pintura y otras manifestaciones del arte y la cultura.

“Todo eso, desde luego, lleva tiempo y pasión. Si no tienes ternura y sensibilidad, el resultado de tu labor no será el mismo. Yo no sé a cuántos niños bañé y vestí a lo largo de mi vida, o la cantidad de alumnos a los que ayudé a forrar sus libretas porque los padres no podían hacerlo, o, sencillamente, no lo hacían.

“Yo veo con mucha preocupación que a veces nos está faltando esa entrega en Educación. Para mí nunca hubo diferenciación entre un niño u otro. Lo importante no es si viene al aula con un calzado más moderno, de más calidad, o si trae mejor merienda. Pienso que con eso hay que ser sumamente cuidadoso en estos tiempos y siempre.

“Porque, al final, lo que interesa es ejercer bien tu oficio como maestra o maestro y ver el fruto. Nadie imagina la satisfacción con que hoy veo a médicos, ingenieros, licenciados, deportistas, artistas que pasaron su primer ciclo conmigo, en estas aulas.

“Y no es que todo el mundo tenga que ser universitario. En eso tengo claridad. Pero siempre me dije que mis alumnos tenían que ser buenos profesionales o, como mínimo, trabajadores honestos, consagrados, de mérito.

“La vida me ha premiado. Y no tengo que salir de este centro mixto Ignacio Agramonte, para demostrarlo. Aquí mismo está el ejemplo: hace tiempo recibí a una niñita llamada Odalis Rizo González. Venía de Caimanes. Todavía no había cumplido los cinco años de edad. Como a todos, le entregué mi cariño y mi pedagogía. Hoy aquella niñita es la directora de esta escuela. ¿Entiendes? Aquella humilde niña es mi directora, aquí mismo, donde la recibí sin saber leer ni escribir. Nadie es capaz de imaginar lo que se siente en un caso así, solo lo sabemos nosotros, maestros como Norma Cabrera y otros muchos que nacimos para esta profesión y que estamos dispuestos a seguir ejerciéndola, más allá de nuestra jubilación.”

(Por: Por Pastor Batista Valdés con foto del autor)

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