A veces, el recuerdo de los primeros maestros se desdibuja en la memoria. Puede que te olvides del rostro, de la voz y hasta del nombre de quien te enseñó a bosquejar tus primeras letras en un renglón; pero algo de esa persona se quedará en ti para siempre.

Más de tres décadas ha pasado Berta Martínez Serrate frente al pizarrón. Sus dedos ya no saben estar sin el polvillo de la tiza, y sus cuerdas vocales se han resentido a lo largo de estos años; pero ella les sigue demandando esfuerzo, porque no concibe su vida sin el magisterio:

«Estuve jubilada por un tiempo, pero decidí reincorporarme a las aulas porque me siento fuerte y útil todavía», me contó desde el seminternado Abel Santamaría Cuadrado, donde educa a un grupo de segundo grado.

«A mí siempre me gustó esta carrera. De pequeña agarraba pomitos de medicamento, los colocaba en hileras sobre el piso y esos eran mis alumnos. Mamá, que era semianalfabeta me decía con frecuencia: `Mija´ tú tienes arte para enseñar`.

«Un docente de la Escuela de Iniciación Deportiva (Eide), en la que estudiaba ajedrez, elogiaba mucho mi caligrafía redonda y bonita y afirmaba que yo tenía letra de profesora».

Berta no sobrepasaba los 12 años y era, a decir de ella misma, flaquita como una hebra de hilo. Ya tenía resuelto lo que quería ser de grande; por lo que un buen día agarró un maletín, demasiado pesado para sus hombros de niña, y se enroló en la aventura de estudiar en la Escuela Formadora de Maestros emplazada en Limones, en el municipio de Sandino.

«El centro estaba bordeado por un huerto sembrado de verduras y árboles frutales. Había muchos naranjos y limoneros, de ahí el nombre de aquel lugar. Más de 45 días nos echábamos a veces sin ir a nuestras casas. Fue un tiempo de veras difícil; pero valió la pena el sacrificio. «A mediados de los ´70 terminaron de construir en Pinar del Río la formadora de maestros Tania la Guerrillera y nos trasladaron para acá. Una parte de mi servicio social transcurrió en la escuela Antonio Maceo, ubicada cerquita del edificio 12 Plantas y la otra fue en un internado de Bahía Honda.

«Luego me mandaron a trabajar con un grupo de noveno grado en la ESBU Celso Maragoto de Sandino. Yo tenía apenas 19 años y la mayoría de mis estudiantes me sobrepasaban en edad, pues eran repitentes».

Berta se casó poco después, tuvo un pequeño y pidió traslado para Pinar del Río. La ubicaron en la escuela primaria Conrado Benítez en la cual trabajó durante 36 años seguidos hasta su jubilación.

Dice que no le sentaba muy bien pasarse todo el día en casa enfocada únicamente en las labores domésticas, por lo que decidió retornar a la docencia, esta vez en el seminternado Abel Santamaría, donde sus esfuerzos eran necesarios.

A pesar de su carácter fuerte esta mujer logra entablar una relación hermosa con los niños. Pasa tantas horas del día junto a ellos, que llega a conocerlos como una madre. Sabe interpretar la alegría, el miedo y hasta la tristeza en sus caritas y le cuesta dejarlos ir una vez que terminan el ciclo de primero a sexto grados, porque en ese tiempo, ha aprendido a quererlos de más.

«Pienso que el maestro lo es todo. Sin maestro no hay periodistas, médicos, ingenieros…Ya era hora de que se estimulara esta labor, tan primordial en una sociedad como la nuestra.

«Creo que el aumento salarial ayudará a frenar el éxodo de profesionales que había hacia otros sectores mejor remunerados. Esos mismos docentes que ayer se fueron, quizás sin ganas de marcharse, pero forzados por sus circunstancias; están retornando hoy a las aulas para continuar la obra hermosa de ilustrar a otros en el conocimiento y la virtud. Si yo volviera a nacer, elegiría ser maestra una vez más».

Tomada de http://www.guerrillero.cu/pinar-del-rio/7773-cuando-ensenar-es-un-placer.html